¡OH, Gran Espíritu!, cuya voz
escucho en los vientos, cuyo aliento da vida a todo el mundo,
¡escúchame!
Vengo a ti, uno de tus muchos
hijos; soy pequeño y débil, necesito tu fuerza y tu sabiduría.
¡Déjame caminar entre las
cosas hermosas y haz que mis ojos admiren la puesta del sol roja
dorada!
Haz que mis manos respeten lo
que tú has creado y que mis oídos sean agudos para oír tu voz.
Hazme sabio, para así conocer
las cosas que tú has escondido en cada hoja y en cada roca.
Busco tu fuerza, no para ser
superior a mis hermanos, sino para ser diestro en combatir a mi mayor
enemigo: ¡yo mismo!
Haz que esté siempre dispuesto
a ir hacia ti con las manos limpias y la mirada clara; así cuando
la vida se apague como la luz del atardecer, mi espíritu
podrá ir a ti sin pudor alguno.
(Traducida por el Jefe Yellow
Lark - 1887)